domingo

PEDERASTIA CATOLICA


¿Cuántos niños fueron violados y abusados por sacerdotes, religiosos y obispos en todo el mundo? La cifra resulta escandalosa: únicamente teniendo en cuenta los casos comprobados e investigados por organismos independientes, existen casi 100.000 víctimas de la pederastia clerical reconocidas en todo el mundo, desde Estados Unidos a Australia, desde Irlanda a Holanda, de Chile a México, de Italia... a España.

Esta es la cifra que maneja ECA Global, una organización de supervivientes del abuso clerical de todo el mundo -entre sus miembros se encuentran personajes tan conocidos como Peter Saunders, ex miembros de la Comisión Antipederastia del Vaticano; José Andrés Murillo, una de las víctimas de Karadima en Chile que fueron recibidas durante tres días por el Papa Francisco en el Vaticano; o Alberto Athié, uno de los primeros denunciantes del depredador Marcial Maciel-, basándose el informes de comisiones estatales de investigación, datos de investigaciones judiciales o comisiones internas de la Iglesia. Solo los informes del Vaticano reflejan 600 denuncias cada año por abusos en el seno de la Iglesia.

Si a eso sumáramos todas las denuncias conocidas a través de los medios, el número superaría, con mucho, los 100.000. "Resulta razonable pensar que hay centenares de miles de víctimas en todo el mundo", señala a eldiario.es Miguel Ángel Hurtado, víctima de abusos por parte de un sacerdote en Barcelona cuando tenía 16 años, y que hoy colabora como uno de los portavoces de ECA Global.

"Vemos muy preocupante que no haya habido una auditoría exhaustiva del número de sacerdotes pederastas y de víctimas en todos los países donde la Iglesia católica tiene una presencia muy importante", recalca Hurtado, que lamenta cómo "desgraciadamente, la mayoría de las conferencias episcopales del mundo, como la española, se niegan a difundir cifras detalladas de la magnitud del problema en su país". En el caso de la Iglesia española, tardaron hasta cinco años en hacer público el protocolo antiabusos.

Así, únicamente en una docena de países se han establecido mecanismos para conocer el número de víctimas, primer paso para poder ayudarlas. En algunos de ellos (Irlanda, Bélgica, Holanda o Estados Unidos), con la colaboración de las autoridades eclesiásticas, y en otros merced a comisiones estatales de investigación (como en el caso de Australia o Canadá) o por investigaciones judiciales (como sucediera en Chile).

"Hay muy poca información disponible, ya que ni la Iglesia ni la mayor parte de estados han tenido el menor interés en estudiar la magnitud del problema", recalca Hurtado. Dichos datos muestran, por ejemplo, cómo en Irlanda se han dado 14.000 víctimas de las industrial schools, cifra que no sólo incluye abusos sexuales sino también menores que sufrieron abusos físicos. Si a esa cifra se suman los casos de acoso y robo de bebés, la cifra aumenta a las 25.000, según el organismo creado por el estado irlandés para gestionar las indemnizaciones a las víctimas.

En Australia, la Real Comisión habla de 4.447 víctimas de abusos, mientras que en Canadá, según datos del Gobierno, entre 10.000 y 12.000 personas fueron indemnizadas por sufrir abusos sexuales y físicos en las instituciones religiosas donde fueron internados de forma forzosa cientos de miles de indígenas.

La Comisión Deetman, creada por la Conferencia Episcopal holandesa, recalcó cómo 1.975 personas denunciaron haber sido víctimas, aunque la cifra real está entre 10 y 20.000; mientras que en Estados Unidos se han comprobado, e indemnizado, a 18.565 personas. A diferencia de lo que ocurre en España, en Estados Unidos, desde el caso Spotlight, los obispos sí recopilan y publican los datos. De hecho, el informe Pensilvania contó con la colaboración de las seis diócesis implicadas.

También la Conferencia Episcopal belga publica sus informes, en virtud de los cuales 1.046 víctimas han recibido indemnizaciones por delitos sexuales cometidos por miembros de la Iglesia. Algo similar sucede en Alemania, donde el Episcopado y el Gobierno del país detectaron 927 víctimas de abusos sexuales. Una "infraestimación", en opinión de Miguel Ángel Hurtado, puesto que sólo en el Coro de Ratisbona (que durante un tiempo dirigió el hermano de Benedicto XVI), se dieron 547 casos de abusos sexuales y/o físicos.

Austria y Chile

En Austria, 837 víctimas denunciaron abusos sexuales, según la investigación de la Comisión de investigación dependiente de la Conferencia Episcopal austriaca, mientras que en Suiza se comprobaron 294 casos entre 1950 y 2015

La investigación, aún abierta, por la Fiscalía chilena habla de 266 víctimas de abusos sexuales. 178 niños y adolescentes, mientras que en Perú el propio Sodalicio de la Vida Cristiana (movimiento fundado por el pederasta Luis Fernando Figari) admitió 36 víctimas de abusos sexuales. En Argentina, patria del Papa Francisco, al menos 20 menores sordos fueron abusados en el Instituto Provolo de Mendoza, según la Fiscalía del país. El caso más conocido en América fue el de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y considerado 'apóstol de la juventud' por Juan Pablo II, que abusó de entre 20 y cien jóvenes, según estimaciones de la propia Santa Sede. Otro depredador sexual fue el padre Nicolás Aguiar, quien abusó de 26 menores en Estados Unidos y otros 60 en México.

"Lo más grave de todo -denuncia Hurtado- es que la gran mayoría de estos abusos se podían haber prevenido si la jerarquía católica hubiera denunciado a los pederastas en serie a la policía en vez de moverlos de parroquia en parroquia". Las cifras confirman el coste humano de esta política criminal de encubrimiento que, pese a todo, aún persiste en algunos rincones de la Iglesia, y son el origen de las acusaciones de los sectores ultraconservadores contra el Papa Francisco.

"Lo peor es que detrás de estos números hay personas de carne y hueso, mucho dolor y sufrimiento, muchas vidas destrozadas y familias rotas. Todo por preservar el poder, la reputación y el patrimonio de la Iglesia", lamenta el portavoz de ECA, que estuvo presente durante el viaje papal a Irlanda. En su opinión, "ha sido una oportunidad perdida. Francisco podía haber anunciado un plan de choque contra la pederastia con medidas específicas y un calendario de actuación (tribunal para juzgar a obispos encubridores, tolerancia cero a nivel global, entregar archivos canónicas a las autoridades civiles, notificación automática de todas las acusaciones de pederastia a la policía) Sin embargo prefirió hacer declaraciones genéricas".

Palabras que, en opinión de las víctimas, se quedan en nada "hasta que estalle el próximo escándalo, la próxima crisis de imagen de la institución". ECA lo tiene claro: "Ya pasó el tiempo de hablar, ha llegado la hora de actuar".

lunes

EL INFIERNO


Durante 2000 años nada ha causado más temor entre los cristianos que el infierno, un lugar destinado a castigar en las llamas a las almas perdidas por toda la eternidad. Libros, poemas y relatos lo han descrito como un fuego que no se extingue jamás, en el que los pecadores pagan sus faltas para siempre. Ha sido un pilar importante en la catequesis de la religión católica, a la par con la idea del cielo, donde las almas bondadosas alcanzan la gloria perpetua. Por eso, la noticia de que el papa Francisco habría dicho que el infierno no existe y que las almas alejadas de Dios simplemente desaparecen causó una tormenta internacional que dejó un mar de dudas.

Eugenio Scalfari, de 93 años, cofundador del diario La Repubblica, considerado la biblia de la izquierda italiana, causó el revuelo cuando publicó el Jueves Santo un artículo titulado ‘Me siento orgulloso de ser considerado revolucionario’, producto de una conversación que sostuvo días antes con el sumo pontífice. Ante la pregunta de qué suerte tenían al momento de la muerte aquellos pecadores impenitentes, Francisco habría contestado “ellos no son castigados. Aquellos que se arrepienten logran el perdón de Dios y toman su lugar entre las filas de quienes lo siguen. Pero los que no se arrepienten no son perdonados y desaparecen. El infierno no existe; existe la desaparición de las almas pecadoras”.

Muchos pensaron que la afirmación estaba totalmente sintonizada con el pensamiento del sumo pontífice, quien ha promulgado la idea de un Dios misericordioso más que castigador. Después de todo, en su papado ha revisado algunos temas como, por ejemplo, frente a los homosexuales, de quienes dijo en 2013: “¿Quién soy yo para juzgarlos?”. También ha mostrado compasión por aquellos que optan por métodos anticonceptivos no naturales, como también ha dicho que no se debería excomulgar a aquellas mujeres que han abortado o a los divorciados que se vuelven a casar sin anular antes el vínculo religioso.

En ese contexto, la idea de abolir el infierno tenía sentido. “Gracias al cielo: ¡no hay infierno!”, titularon algunos medios internacionales que recogían el clamor de quienes se sintieron liberados de ese tormento. Pero los más conservadores pensaron que esas declaraciones iban contra la doctrina católica que establece claramente su existencia y su eternidad: “Inmediatamente después de la muerte, las almas de aquellos que mueren en estado de pecado mortal descienden al infierno, donde sufren los castigos del fuego eterno”.

El revuelo generado llevó al Vaticano a aclarar, en plena semana de Pascua, que las declaraciones eran simples interpretaciones del veterano periodista, que no suele grabar sus conversaciones ni tiende a citar fielmente a sus entrevistados. Scalfari es un filósofo ateo y, a pesar de estar en la orilla opuesta en cuestiones de fe, ha sido cercano al papa. Esta era, en efecto, su quinta charla con él y ya en otras ocasiones sus escritos causaron tal controversia que la Santa Sede tuvo que emitir aclaraciones. A pesar de eso, el papa Francisco lo sigue invitando, pues considera estimulantes las conversaciones con sus detractores. En esta oportunidad, el comunicado del Vaticano confirmó la reunión, pero insistió en que no era una entrevista y, por lo tanto, las palabras citadas en boca del papa “no deberían ser consideradas una transcripción fiel”.

Scalfari, sin embargo, reiteró que recordaba que el padre había dicho que el infierno no existía, pero también señaló que “es posible que yo cometa errores”. Mientras tanto, expertos en teología recordaron que el propio Francisco dijo en 2017 que aquellos “con una vida sin Dios se arriesgan a ir al infierno”. Todo eso dejó a medio mundo confundido. La pregunta no era solo si el infierno existe o no, sino si será el lugar ardiente, con un gran lago de fuego administrado por un diablo rojo de cachos, cola y tridente en mano, que todos imaginan.

En últimas, el concepto de infierno sí existe, pero no como la mayoría lo imagina. Según el padre Héctor Lugo, el infierno “no es un sitio, sino una situación que se vive”, dice. Lo que propiciaría llegar a ese infierno es rechazar a Dios y no seguir las enseñanzas del evangelio: actuar de manera egoísta, avara, prepotente. En esa lógica, el cielo tampoco sería el paraíso colorido que visualizan muchos, sino un estado de amor y felicidad.

La confusión resulta normal, pues la Biblia es una construcción de figuras literarias, pero la labor de la teología, una disciplina en constante cambio, debe ir más allá de esas miradas. “La interpretación de la Biblia en la Segunda Guerra Mundial es muy diferente a la que se hace hoy”, añade Lugo. Eso hizo el papa Juan Pablo II cuando redactó las catequesis sobre el cielo y el infierno, en las que refleja lo que la Iglesia entiende por esos dos conceptos. Según Carlos Novoa, jesuita y doctor en teología, hay dos paradigmas: el de la vida eterna, que sería el cielo, y el de la muerte eterna, es decir, el infierno. “Si dejo invadir mi vida por el amor de Dios y vivo conforme a las enseñanzas del evangelio, su existencia permanece para siempre en la vida. La muerte eterna es optar por el mal y hacerles daño a los demás, como sucede con los que roban, matan y se guían por el egoísmo”, señala.

Al morir, sin embargo, las almas no se desprenden del cuerpo y salen volando a un sitio, sino que cada cual vive ya sea la experiencia de cielo, que sería parecido a gozar el amor y la felicidad, o la del infierno, en cuyo caso sería vivir en la soledad y la tristeza eternas. “Cuando termina la existencia aquí, quienes han estado en el amor de Jesús reciben la vida eterna, y los que no, reciben la muerte eterna y esa persona queda en soledad absoluta. Ese es el infierno”, señala Novoa.

Esos conceptos han hecho que la idea del más allá también cambie por el concepto del más acá, pues es posible empezar a vivir ambos estados en la vida terrenal. “El diablo me tienta aquí”, dice Lugo y explica que el infierno es también aquí. El mal existe y se siente en el corazón de cada cual cuando hay sufrimiento, envidia, egoísmo, peleas de familia o arrogancia de poder. Para aclararles a los fieles este concepto, el papa Francisco encontró un ejemplo cercano en la infelicidad que viven las parejas durante una crisis matrimonial. Ese es un buen ejemplo del infierno.

Del mismo modo, es posible experimentar el cielo aquí. “Qué más paraíso que la felicidad eterna en el amor con Dios”, dice y explica que es la misma experiencia del amor de padre o madre, que es el más grande. Tampoco hay un Dios que juzga quién va para un lado y quién para el otro, porque cada cual escoge vivir sus propios cielos e infiernos. “El diablo existe. La pregunta es quién es. No el señor de cachos y rabo, sino todo lo que se aparte de Dios, en otras palabras, somos nosotros mismos”.

Y si el infierno como lugar no existe, todo parece indicar que Scalfari no estaría errado. Francisco habría querido decir que sí existe como un estado, pues “sería injusto que alguien que hace el mal quede sin castigo frente a los que hacen el bien”, explica Lugo. Lo importante, dicen los expertos, es recordar que el cielo y el infierno empiezan aquí y que no lo hace Dios, sino cada cual. Cada individuo se condena.

domingo

EL PURGATORIO


¿Qué es? ¿Un lugar físico? ¿Una nube?

Definido como "un estado del alma transitorio de purificación y expiación donde, después de la muerte, las personas que han muerto en estado de gracia sufren la pena temporal que aún se debe a los pecados perdonados y, tal vez expían sus pecados veniales no perdonados para poder acceder a la visión beatífica de Dios".

Según las iglesias católica y ortodoxa copta, fundada por el apóstol Marcos en Alejandría, Egipto, siglo I, si alguna vez se creyó al Purgatorio como espacio físico…, ya no.

Se trata de una construcción intelectual. Un concepto. Lo mismo que el Cielo y el Infierno, sin música celestial ni llamas y demonios con tridentes…

Aunque tardara siglos, esa revisión eclesiástica es coherente. Porque si se trata de almas, incorpóreas por definición y comprobación… ¿por qué habrían de asentarse, gozar, penar o sufrir en sitios materiales, por otra parte indefinibles: ¿inmensos, pequeños, lejanos o cercanos de la Tierra, el Cielo o el Infierno?

Aclaración fundamental: puesto que todo aquel que entra al Purgatorio llegará (tarde o temprano) al Cielo, no debe ser tomado como una forma menor, módica, del Infierno…

La única descripción de esa estación intermedia que permanece es la de Dante Alighieri en su Divina Comedia, escrita en 1307. En ese monumento literario inmortal… el Purgatorio es una gran montaña dividida en siete rellanos donde las ánimas purgan un pecado distinto para alcanzar la cima: el Paraíso Terrenal.

Las únicas iglesias que sostienen la existencia del Purgatorio como realidad –aunque también incorpórea– son la católica y la copta. Ésta, fundada en Alejandría, Egipto, por el apóstol Marcos en el siglo I.